Un artículo de Jorge Rachid
FELIPE VARELA
PATRIOTA ARGENTINO
Y LATINOAMERICANO
“Yo voy a dentrar....aunque no soy convidado...” dice el dicho criollo. Uso este dicho para aclarar que no poseo metodología histórica de investigación ni sistematización de la misma, pero asumo ser un maltratado por los ocultamientos de la historia llamada “oficial” que intentó demostrarme de Felipe Varela “matando llega y se va”. Nos enseñaron que Rivadavia fue el primer presidente argentino cuando lo fue del puerto, entre otras perlas que podría desarrollar por horas por el sólo hecho de haber cometido el pecado de leer otras versiones, observar otras miradas sobre los mismos episodios, como quien se asoma a lo prohibido, casi pidiendo perdón a los gurúes del conocimiento, en especial a los dueños del diario La Nación, autoproclamado tribuna de doctrina, pilar necesario de una versión histórica colonizada, eurocentrista y oligárquica.
Esta introducción viene a cuento de la creación del “Instituto Dorrego” por parte del Ejecutivo nacional, con hombres y mujeres que reúnen méritos y antecedentes mas que suficientes para desarrollar sus investigaciones y transitar otros caminos del debate histórico y que nos excede en los términos de investigación documental pura, pero nos convoca en la interpretación histórica de los hechos políticos de cada etapa de la vida nacional. Esa tarea de interpretación tiene desde contenidos afectivos a fuertes connotaciones ideológicas y quien lo niegue desde la posición que sea está faltando a la verdad; y si lo hace desde esa afirmación pierde rigurosidad su investigación ya que la mentira es contraria a la verdad histórica, aún en sus diferentes interpretaciones. Lo documental debe ser conocido, su contexto social y político de una época le da a cada lectura un tono y una armonía con lo que conocemos de los acontecimientos pasados y futuros de cada momento. De ahí surgen las lecturas que se tienen de los procesos analizados junto a los actores locales e internacionales.
Durante siglos a los católicos se les prohibía leer ni más ni menos que la Biblia por cuanto era privativo de los curas en la máxima expresión de la apropiación del conocimiento. En nuestro país fuimos privados de la lectura durante décadas de la historia argentina, propiedad intelectual de La Academia de Historia, elevada al rango de su majestad del conocimiento, frente al resto de los mortales que debemos recibir las pócimas de su saber en dosis mínimas, producto de interminables horas de bibliotecas y búsquedas, en muchos casos valiosas, pero como todas las cuestiones nacionales tienen un sólo dueño y es el pueblo argentino. Sin dudas el poder emana de la información y la representatividad: puede tener la Academia lo primero pero carece de lo segundo para erigirse en el tutelaje del saber histórico argentino.
Así nos fue presentado el episodio de la Batalla de Obligado, como una derrota del dictador Rosas que osó enfrentar las potencias extranjeras que querían imponer condiciones de navegabilidad de los ríos interiores de nuestro país. No nos dijeron en la escuela que a bordo de los barcos imperiales venían argentinos aliados a esas potencias, que en su afán de derrotar al Restaurador no dudaron en aliarse a los enemigos de Nación. Cualquier coincidencia con la actualidad es casual. No fuimos informados de las batallas de la vuelta de la flota como el Quebracho, ni de la derrota que significó el fracaso de la misión imperial que obligó a devolver la isla Martín García en poder de los ingleses, ni nos dijeron que Rosas los obligó en el acuerdo posterior de respeto a la soberanía a una salva de 21 cañonazos al pabellón argentino. Tampoco nos dijeron que ese episodio originó el legado del sable del Libertador al titular de la primer tiranía, al decir de la oligarquía. Solo nos enteramos gracias al revisionismo histórico, algunos nacionalistas católicos, otros de pensamiento marxista, algunos radicales irigoyenistas y por supuesto peronistas, cada uno en su generación.
Tienen entre ellos miradas diferentes sobre Rosas, acerca de Roca, el rol de los caudillos en la formación de la conciencia nacional y el federalismo. Así fueron sumados desde Irazusta a Jauretche, de Fermín Chavez a Abelardo Ramos, sumando Juan José Hernández Arregui, Galaso, Puigróss, Scalabrini Ortíz, Gálvez y el incomparable José María Rosa, en una lista interminable de hombres y mujeres, que no se quedaron con la versión mitrista de la historia sino que fueron capaces de preservar el pensamiento crítico frente al poder de fuego emanado de las usinas del saber enancado en el poder político conservador de la Argentina pastoril y dependiente; sólo desplazado por etapas por el calor popular del irigoyenismo primero y el peronismo después, pero por cortos períodos lo que originó la intemperie de estos patriotas de la historia nacional.
La conciencia colectiva del pueblo argentino es la que escribe la historia. Por esa razón cuando Perón decidió devolver los trofeos de Guerra al Paraguay, denunciando la vergüenza argentina por la Guerra de la Triple Infamia, fue aclamado por nuestros compatriotas con el mismo fervor que festejaron el año del Libertador General San Martín en 1950 en un esfuerzo de sacarlo del mármol frío de las estatuas para colocarlo en el lugar de los hombres de carne y hueso que construyeron Latinoamérica. De la misma forma hemos festejado los argentinos el Bicentenario, recuperando a nuestros caudillos de la ignominia histórica de la confrontación de civilización y barbarie impuesta por los vencedores del puerto, que a sangre y fuego impusieron, incluso convocando fuerzas brasileñas en Caseros, un diseño de país a medida de sus necesidades e intereses, en contra de los anhelos del país federal.
Como argentino de a pie, considero que la polvareda levantada por la irrupción del Instituto Dorrego no responde a otra cosa que a una disputa por la propiedad del conocimiento, ajeno por supuesto este hecho al sentir de la mayoría del pueblo argentino. No hubo reproches cuando se crearon los Institutos de Brown o Rivadavia hace poco tiempo, en otros gobiernos, ya que ambas temáticas eran funcionales a la historia oficial. Pero Dorrego, expresión auténtica del primer federalismo, asesinado por la “espada sin cabeza” de Lavalle, elevado a la estatura de héroe por haber servido a los intereses comerciales de Buenos Aires, es un golpe demasiado duro para la Academia, ya que debilita la construcción del relato, la supuesta transparencia docente y la construcción del eje histórico, no sólo de ese hecho sino del desarrollo posterior de los acontecimientos, que marcaron a fuego en su visión histórica a generaciones de argentinos.
Bienvenida sea una nueva fuente de investigación y la convocatoria de escritores e historiadores que seguramente no llegarán a su majestad la Academia, pero serán cobijados en el seno del pueblo como aquellos a quienes se atesoran como parte indestructible de la identidad nacional, en la cual entramos todos los argentinos sin exclusiones ni discriminaciones realizadas desde púlpitos recónditos, desde donde se pretende no reconocer al otro y estigmatizar lo diferente. La batalla histórica es parte de una batalla cultural abierta después de años de discurso único, siendo un eje fundacional de la política nacional y popular con todos sus matices y aún sus contradicciones, por lo que debemos celebrar el debate, siempre enriquecedor y que nos hace crecer como Nación.
JORGE RACHID
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