Empujada por la crisis que sufrió el país, una generación de hombres y mujeres de nuestra ciencia tuvo que hacer las valijas. El modelo de país que comenzó a construirse en 2003 alentó el retorno: acaba de volver la científica número 800.
“Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy”, recitaba María Elena Walsh y cantaba Mercedes Sosa en la inolvidable “Serenata para la tierra de uno”. Pero a muchos profesionales de la ciencia de nuestro país no les quedó otra que vivenciar esa muerte en vida, cuando la larga noche del neoliberalismo dejó sin otra puerta de salida a una sociedad sumida en la anomia y la miseria.Tras el abrupto desenlace del gobierno radical de Fernando de la Rúa y durante el interinato duhaldista, nuestros científicos, al igual que una generación de jóvenes sin horizonte de trabajo ni de estudio, desbordaron los consulados, buscando afuera las perspectivas de un mañana que su propia tierra no les brindaba.
Desde 2003, empezó a revertirse esa tendencia. La por entonces Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva lanzó el programa RAICES (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior), con el fin de reconquistar a los cerebros más prominentes del país.
El trabajo se consolidó con la jerarquización a ministerio de esa área, a partir de la asunción de Cristina Fernández de Kirchner. Así, el país se posicionó como el único de Latinoamérica en contar con una cartera especializada en promover el desarrollo científico y tecnológico autóctono en forma asociada a la innovación productiva.
El plan oficial funcionó de maravillas: uno a uno comenzaron a retornar los científicos e investigadores emigrados. En este marco, el país celebra la repatriación de su científica Nº 800: Cecilia Mendive.
Cecilia tiene 37 años y regresó al país acompañada por su marido, también científico, de nacionalidad alemana. Es doctora en Química de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y volvió para trabajar en el Departamento de Física de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
“Porque el idioma de infancia es un secreto entre los dos, porque le diste reparo al desarraigo de mi corazón”. Cómo conocían el dolor del exilio la Manuelita de María Elena Walsh y la negra Sosa. Los mejores cuadros científicos del país también debieron vivirlo en carne propia. Pero ahora volvieron a nuestra tierra, para sembrarla de guitarra y cuidarla en cada flor.
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